La verdadera abundancia es accesible cuando elegimos
escuchar sólo nuestra Voz interna. Pero para la gran mayoría este Ser ha estado
cubierto por muchas y gruesas capas de miedo, reglas, leyes, roles,
obligaciones, expectativas y dudas. ¿Cómo en el mundo podemos esperar recibir
una guía clara si continuamos escogiendo escuchar la voz del ego en lugar de la
del Espíritu? Al confiar en el Espíritu, nos liberamos de la necesidad de creer
en las reglas, las leyes y limitaciones del ego, todas ellas basadas en el
miedo y la privación. En su lugar, sostenemos nuestra visión interna como
prioridad y confiamos en ella implícitamente.
Si tu guía interno te dicta viajar a Israel (por ejemplo), o
tener lo que sea que tu corazón desea, entonces Cielo y Tierra se moverán para
acomodar la Voluntad de Dios. Y esto ocurre porque tu Santo Ser es la Voluntad
de Dios misma!!! Creer en la escasez es la defensa del ego contra la Voluntad
de Dios. Así que si te colocas del lado de la escasez, si la sitúas como tu
prioridad por encima de la Voluntad de Dios de infinita provisión, la escasez
se manifestará como tu realidad, porque tú la has pedido.
Mientras escojamos la voluntad del ego, será aquí en el
sueño tan poderosa en cada cosa como lo es la Voluntad de Dios. La voluntad de
Dios no tiene poder si nosotros escogemos vivir bajo el reinado del ego. Esto
es así porque fuimos dotados de libre albedrío para elegir. Dios no puede pasar
encima de nuestro libre albedrío cuando decidimos sufrir. Mientras depositemos
nuestra fe en el ego en lugar de en nuestro Santo Ser, la Voluntad de Dios no
puede ser manifestada. Honestamente, ¿crees que la proyección de falta de
fondos del ego podría ser más poderosa que la Voluntad de Dios, si tu divina
guía interna ha indicado que eso que deseas es para tu mayor bien? El milagro
no es más que un cambio de percepción; un cambio del miedo al amor. Podemos
romper el ciclo de escasez del ego de una vez y por todas atreviéndonos a mirar
con el Espíritu en todas las formas que hemos elegido sin saber ser víctimas de
eso.
Si realmente deseas abrirte a la abundancia del Espíritu,
debes examinar algunos conceptos malinterpretados.
¿Dónde has colocado equivocadamente la causa de tu escasez?
¿Percibes que tu escasez es por causa de algún otro?
¿Crees que la fuente de la escasez está en tus obligaciones
financieras, tu familia, tu trabajo, tu salario, el gobierno o la economía?
Mientras creas en estas pseudo-causas, no puedes acceder y
sanar la causa verdadera, que es la culpa inconsciente. Todas estas pseudo-causas
son, de hecho, efectos de tu creencia en la escasez. Estas no son la causa,
aunque aparenten ser muy reales. La única y verdadera causa es siempre la culpa inconsciente
disfrazada de pérdida. Una vez aceptas esto y entregas la verdadera causa (tu
errónea percepción de culpa y sentimiento de invalidez) al Espíritu, entonces
tu experiencia de escasez es libre de ser sanada por el milagro.
[…] «el poder de Dios,
no el tuyo, es el que engendra los milagros. El milagro en sí no hace sino dar
testimonio de que el poder de Dios se encuentra dentro de ti. Ésa es la razón
de que el milagro bendiga por igual a todos los que de alguna manera son
partícipes en él, y ésa es también la razón de que todos sean partícipes en él.
El poder de Dios es ilimitado. Y al ser siempre máximo, ofrece todo a
cualquiera que se lo pida. No hay grados de dificultad en esto. A una petición
de ayuda se le presta ayuda.» (T-14-X.6:9-10,12-15)
El milagro lo sana todo. Cuando estamos dispuestos a
desenterrar y dejar ir nuestra jerarquía de ilusiones, adivina ¿qué? Súbitamente un espacio se abre
dentro de nosotros, uno que es ahora suficientemente vasto para aceptar y
recibir la infinita provisión
de abundancia del Espíritu.
Cuando realmente nos abrimos a recibir esta magnífica
abundancia, reflejamos nuestra impecabilidad y Amor al mundo. Ya que realmente
hemos visto por nosotros mismos que no hay grados de dificultad en los milagros,
demostramos al mundo que la culpa, el miedo, y la escasez no forman parte de
Dios. Por lo tanto, ninguna de esas cosas es real. Nos convertimos entonces en
un rayo de luz demostrando a todos que sólo el Amor es real y que ellos también
son Amor.
A través del ego creemos que sabemos la forma específica de
pensar que nos hace sentir felices, amados, seguros y saludables. Pero la
verdad es que cuando vivimos al margen del Espíritu y decidimos la forma
particular que nuestro deseo debe tomar, perdemos el entendimiento de su
propósito. Tenemos sólo una necesidad: sanar nuestra sensación de separación
del incorruptible y eterno Amor que somos. Cuando nos comprometemos con esta
única necesidad como nuestra prioridad, cada cosa que necesitamos nos es dada. Ésta
es la Voluntad de Dios.
El ego desea. Pero el Santo Ser une su Voluntad con Dios. Si buscamos satisfacer nuestras
necesidades desde un sentido de escasez, nos unimos a los deseos del ego. Y el
resultado deberá ser saboteado. Pero, cuando conscientemente unimos nuestra voluntad
a la Voluntad de Dios, cada necesidad será cubierta sin esfuerzo.
El sentido de carencia del ego proviene del miedo y la
culpa. Su intento subyacente es auto- castigo. Es por eso que cuando intentamos
cubrir nuestras necesidades desde el ego, tenemos la garantía de que nos traerá
una u otra forma de sufrimiento.
Cuando la escasez te tiente a ver con el ego, ve más
adentro. Pregúntate "¿Procede este deseo de un lugar de escasez (miedo y
culpa), o procede de un sentir de gratitud y abundancia, sabiendo con perfecta certeza que todas mis necesidades son siempre
cubiertas? La Voluntad de Dios es infinitamente abundante. No hay carencia en
Dios, por lo tanto, no hay carencia en ti. Tú eres la Voluntad de Dios y Su
Reino. La única aparente carencia es que has olvidado Quién eres. No necesitas
cubrir tus necesidades. Éste es el deseo producto del miedo del ego. Sólo
necesitas abandonar tu miedo de todo corazón y abrirte a aceptar y recibir tu
herencia. Esto es unir tu voluntad a la Voluntad de Dios. Y así será hecho. Y
así es.
«En vez de "Busca
primero el Reino de los Cielos" di: "Que tu voluntad sea antes que
nada alcanzar el Reino de los Cielos" y habrás dicho: "Sé lo que soy
y acepto mi herencia.» (T.3. VI.11:8)
Traducido por Martha Aida de Ochoa